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Maestros y maestras inolvidables

porMarco

May 16, 2022

Por: José J. Núñez P.
Ayer, oficialmente y por calendario, fue el día del Maestro, del educador, del mentor, del guía, de la persona que tiene sobre sus espaldas “enseñar”, no “educar” a los niños que conforman su grupo y a los que durante varios meses se va a encargar de impartirles el conocimiento necesario para que avancen al siguiente ciclo, con un nuevo maestro o maestra.
Así, son los tiempos actuales y hay que aceptarlos como son ya que, la gran mayoría de los padres de las últimas generaciones de alumnos, tenemos la culpa de que, los Maestros y Maestras, hayan dejado de ser quienes “educaran” a nuestros pequeños monstruos, a esos que creemos angelitos incapaces de matar una mosca, o de faltarle el respeto a alguien.
Es más, la gran mayoría de Maestros y Maestras en los últimos 40 años, ya no se complican la vida, dejan que las “lacras” que les mandamos a aprender, hagan lo que se les pegue su gana, al fin y al cabo, de esa manera ganan de todas todas.
Si el niño o la niña, aprende lo que se le enseña, que bien, si no aprende, pues la bronca es de los padres ya que van a tener un hijo mal preparado, indisciplinado y voluntarioso.
Y no nos engañemos, así es como se comportan nuestras “bendiciones” cuando no están bajo el monitoreo paternal o maternal, es más, aún estando bajo “el cuidado” de sus padres, de cuando en cuando sale ese pequeño diablillo que le saca canas verdes hasta a Satanás.
Ah que tiempos aquellos en que, nuestros padres, por lo que fuera, decidía, exceso de hijos e hijas, ocupaciones laborales, del hogar o lo que se les antoje, nos dejaban en manos de los mentores y mentoras, y no sólo para que nos “enseñaran”, sino para que nos “educaran” y ahí si que había que joderse de una o de otra manera.
Aún recuerdo una maestra que tuve en la primaria, su nombre, aunque usted no lo crea era el de: Josefa Ortiz Domínguez y González, ya era una maestra grande, sólo que todos le teníamos pánico, dura, estricta y muy buena impartiendo sus clases.
Esa maestra, de castigo, acostumbraba a jalarnos las patillas hacia arriba, tres jalones para que nos comportáramos, nos impartía segundo año, el maestro Mario, de cuarto, un tipo muy cuate, aunque cuando no lo dejábamos dormir, nos castigaba con severidad.
El maestro Adrián, de quinto año, otro que también era el terror de la escuela, no sólo sus castigos, como la silla invisible, o estar de pie de espaldas a la clase, o tres azotes en las nalgas con una regla de un metro de una pulgada cuadrada.
Pues el maestro Adrián, cuando alguien se quería aventar un tiro, llevaba a los contrincantes al salón y nos ordenaba que no hiciéramos ruido, y entonces, dejaba que se dieran hasta que se cansaran o hasta que alguno de ellos decía: “ya estuvo, ya estuvo”, luego los mandaba a su salón y seguía con sus clases como si nada hubiera pasado.
La maestra María de la Luz Chávez, de sexto año, mi primer amor, mi prototipo de mujer hermosa, nunca tuve la suerte de estar en su grupo, aunque la volví a encontrar en la Secundaría, cuando yo asistía a segundo y ella daba la clase de Historia de México.
El ingeniero, un excelente maestro, gracias a él, adquirí el gusto por las matemáticas, las explicaba de una manera tan sencilla que parecían simples las ecuaciones de segundo y tercer grado.
Mises de las Heras, mi maestra de inglés, gracias a ella, puedo entender un poquito de lo mucho que se dice en el idioma de Shakespeare: “With her I not only learned the basics, but also, it was enough for me to understand a little more of the language”.
Tantos y tantos maestros que han influido en mi vida de una manera positiva, tanto en lo laboral como en lo profesional, mentores que supieron ver la tremenda inquietud que tenía por aprender.
Comenzando con mi madre, que como ya lo he mencionado algunas veces, me enseñó o mejor dicho, me educó para darle respeto a las personas que se lo merecen, no que lo exigen.
Mi padre, que me enseñó a conducir un auto de la mejor manera, gracias a sus enseñanzas, no he tenido ningún percance automovilístico, gracias a Dios, y además, por su forma de enseñarme, pude superar con facilidad los exámenes a que me sometieron por diferentes motivos.
Héctor Saldaña, un gran maestro, además de un excelente amigo, con él pude aprender: puntualidad, eficiencia en el trabajo, llevar la capacidad personal hasta el límite y esforzarse un poco más, tener la seguridad en todas y cada una de las acciones que se emprenden.
Tiburcio Lozano, licenciado en derecho, por él pude comprender los códigos y los procedimientos, las ejecuciones legales y sobre todo, la aplicación de la ley de una manera correcta.
Carlos Mendoza, empresario, con su paciencia, comencé mi labor periodística, él fue quién me brindó la oportunidad de comenzar a volcar letras e ideas sobre la hoja de un papel para que posteriormente fueran integradas en las páginas de una revista.
Raúl Martínez, editor, hasta hace muy poco, él dirigía la revista Fama, y fue mi querido Raúl, quién me mostró el camino más directo para la creación de historias con sentido y sobre todo, atractivas.
Podría mencionar a decenas de maestros más que me ayudaron a lo largo de los años, que me enseñaron, me capacitaron, me castigaron y al final, me mejoraron, no sólo como profesional, sino como persona, limaron todas las asperezas que mi temperamento mostraba.
Actual maestra de primaria, Norma Álvarez, increíble persona y una gran amiga, el aún vigente maestro, Fernando Miranda, con quien compartí alumnos y salones de clase, además de una buena amistad, y debo decir que de una o de otra manera, también él aprendió algo de su servidor.
Como quiera que sea, ayer fue el día del maestro y hoy, les mando mis respetos, mi cariño, mi aprecio y sobre todo, mi admiración por la gran labor que llevan día con día… y como dicen los que en verdad saben del tema: “Sin ustedes, no seríamos nada”.
¿Y tú… recuerdas algún maestro o maestra en especial?