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No veas con los ojos

porMarco

May 23, 2022

Por: José J. Núñez P.
Estamos tan acostumbrados a dejarnos llevar por la mirada que, aún en muchos lugares se aplica aquello de “la primera impresión”, refiriéndose al aspecto que tiene la persona en cuanto la conocemos.
En las redes sociales, pululan los post, de hombres y de mujeres, que aseguran que “no importa el físico, sino los sentimientos”, la bronca es que, los sentimientos no se ven de inmediato, sino que surgen con el tiempo y nunca acaban de sorprendernos cuando más vamos conociendo a la persona.
Y pese a que muchos aseguran que: “No se juzga a un libro por la portada” o aquella conocida frase de: “No compres una casa por la fachada”, todavía nos seguimos guiando por lo que vemos y nos parece atractivo.
Muchas veces he escuchado, tanto en compañeros como en amigos, o he leído en las respuestas a los posts, cuando aparece una mujer de espaldas, luciendo una cadera atractiva que responden o dicen: “Qué hermosa se ve esa mujer”
¿Hermosa? Por favor… como dice mi cuate el Palemón: “puede tener cuerpo de pecado y cara de arrepentimiento”, y ni que decir de las piernas, o de los senos, tal parece que la mujer no tiene cabellera, ojos, nariz y boca, el enfoque principal de su atracción, según la mayoría de los hombres, está del cuello hasta las rodillas, lo demás, no cuenta.
Y si bien, las mujeres son un poco más escrutadoras en sus apreciaciones, también se dejan encantar por unos ojos, una boca, una sonrisa, un cuerpo atlético, cintura estrecha y no faltan las que dicen que un buen trasero es lo mejor de un hombre.
O sea, que los sentimientos quedan de lado, no figuran como parte principal de la atracción, lo cual es lógico, ya que como dije antes, no se ven y aún con el paso del tiempo, muchas veces no afloran en toda su magnitud.
Un asesino serial, como regla general es amable, agradable, seductor, sentimientos, no los tiene, ya que es sociópata, y aún así, seduce y conquista, para que se den una clara idea de lo que estoy hablando y vean que no es tan disparatado lo que les digo.
Y en este momento se preguntarán, ¿y este buey qué es lo que pretende con sus mafufadas de la atracción a primera vista, la que es hermosa o no? Bueno, iré al tema.
Resulta que conocí a una mujer, con muchos años a cuestas, de las que ahora llaman de la tercera edad, una mujer delgada, que con paso lento daba un recorrido por la manzana del lugar donde vivía y que era amable y gentil con todo el mundo.
Bueno, pues una tarde, la mujer murió y a todos nos entristeció la noticia, sobre todo porque era agradable verla y platicar con ella.
Durante el velorio, conocí a una de sus hijas, tal vez la menor, le presenté mis condolencias y le expliqué como era que conocía a su madre.
Ella me agradeció de que la tuviera en ese concepto y me dijo que, aunque la visitaban con frecuencia, a ella le gustaba la soledad, que al morir le había dejado a ella una carta, escrita a mano, con letra de caligrafía, muy fina y entendible.
Y con sincera emoción me la entregó para que la leyera:
¿Qué ven, hijas? ¿Qué piensan cuando me miran? Al visitarme los días que vienen.
¿Una vieja gruñona, no muy inteligente, de costumbres inciertas, con sus ojos soñadores fijos en la lejanía y un pasado hermoso?
La vieja que escupe la comida al comer y que no contesta cuando tratan de convencerla para que lo haga: “por favor, mamá, come, haz un pequeño esfuerzo”
La vieja, que ustedes creen que no se da cuenta de las cosas que ustedes hacen y que continuamente pierde las llaves, el dinero o los zapatos.
La vieja que, en contra su voluntad, pero mansamente les permite que hagan lo que quieran con ella; que la bañen, la alimenten, la regañen… le reclamen.
¿Eso es en lo que piensan? ¿Eso es lo que ven?
¡Si es así, abran los ojos, hijas, porque esto que ustedes ven no soy yo!
Aunque me vean aquí sentada tranquila, haciendo todo tal y como me ordenan, les voy a contar quien soy yo:
Soy una niñita de 10 años que tiene padre y madre, hermanos y hermanas, que se aman.
Soy una jovencita de 16 años, con alas en los pies, que sueña que pronto encontrará a su príncipe azul para vivir felices por siempre.
Soy una novia de 20 años, mi corazón da brincos, cuando hago la promesa que me ata hasta el fin de mi vida por aquello de que: “hasta que la muerte nos separe”.
Ahora tengo 25 años, con mis hijas, quienes necesitan que las guíe, tengo un hogar seguro y feliz, lleno de amor y de cariño.
Soy una mujer a los 30 años, las hijas crecen rápido, estamos unidos con lazos que debería durar para siempre.
Cuando cumplo 40 años, mis hijas ya crecieron y no están en casa, pero a mi lado está mi esposo que se ocupa de que no esté triste.
A los 50 años, otra vez, sobre mis rodillas juegan los bebés; de nuevo conozco a los niños, a mis seres amados y a mí, en los hijos de mis hijas.
Sobre mí se ciernen nubes oscuras, mi esposo ha muerto, cuando veo el futuro me erizo toda de terror, la edad, la soledad, el futuro, ¿tengo futuro?
Mis hijas se alejan, tienen sus propios hijos; pienso en todos los años que pasaron y en el amor que conocí. Ahora soy vieja… ¡Qué cruel es la naturaleza con los humanos!
La vejez es una burla que convierte al anciano en un alienado.
El cuerpo se marchita, el atractivo y la fuerza desaparecen. Ahí, donde una vez tuve el corazón, ahora hay un órgano que ya no palpita con la misma fuerza y potencia.
Sin embargo, dentro de estas viejas ruinas, todavía vive la jovencita.
Mi fatigado corazón, de vez en cuando, todavía sabe rebosar de sentimientos.
Recuerdo los días felices y los tristes… En mi pensamiento vuelvo a amar y vuelvo a vivir mi pasado… a reír con mis niñas, a vivir con sus sueños.
Pienso en todos esos años que se fueron demasiado rápido y acepto el hecho inevitable de que nada puede durar para siempre.
¡Por eso, hijas, abran los ojos, abran sus ojos y vean!
Antes ustedes, no está una vieja gruñona y amargada, antes ustedes estoy ¡yo su madre!

La juventud es una enfermedad que se cura con los años, la vejez, es una enfermedad que nos lleva a la muerte, así que no miren a una persona mayor y la esquiven, sin ver primero su alma joven… No vean con los ojos, observen con el corazón.
¿Y tú… que tan paciente eres con los adultos mayores!